EL SOLDADITO DE PLOMO
La última vez que pisé un templo religioso fue hace unos cinco años. Asistí al funeral de un compañero de armas de cuando serví en Irak, concretamente en la compañía de zapadores del Reino de León, “los leones del desierto” que fue como nos empezaron a llamar allí, lo cual bien mirado no es ningún piropo y parece de coña teniendo en cuenta que el actual hábitat natural del león común o panthera leo es la llanura africana o sabana y no el desierto de Mesopotamia. La comparación es equivalente a la popular expresión: “manada de elefantes en una cristalería” ya que la verdad es que hicimos poco, y lo poco que hicimos, lo hicimos mal. Todavía recuerdo al fulano al que relevé, un tipo grande como un oso y de mirada extraña que por algún motivo siempre tenía en la jeta una sonrisa cargada de ironía… El cabo Rubbenstein, se llamaba aunque tenía tres o cuatro motes de sus compañeros cuyo significado no llegó a revelarme y entre los que destacaban: el holandés, el judío, el argentino… Cuando oía lo de “argentino” sonreía todavía con más mala leche e incluso llegó a confesarme: << ¡Estos cabrones ignorantes me llaman así porque nací en Montevideo…!>>.- Y al decirlo tenía un no sé qué como de payaso, en el brillo de los ojos. Luego añadía: << ¡Me encanta este desierto, está muy animado… Aquí a las Cheerleaders las llaman huríes o vírgenes islámicas y van con kalashnikov en vez de pompones y mini burka en vez de mini falda!>>.- Y sus labios volvían a sonreír, aunque sus ojos revelaban una profunda e insondable tristeza.-<<¡A las guardias en el check point nº 2, le llamamos la sauna finlandesa, yo he perdido veinte kilos desde que estoy aquí en ese puto control de la carretera de Nayaf…>>.- Y me dio la impresión que en ese sentido no hablaba en broma aunque se estuviese riendo al decirlo.
Cuenta una leyenda árabe… Erase una vez un hombre que caminaba por el desierto. Andaba entre las dunas de arena muy lentamente, atormentado por la sed y añorando la lluvia y los grandes ríos de su tierra natal. Entonces vio un oasis a lo lejos y como esperaba morir de todas formas pasó a su lado, y no bebió…
El funeral al que asistí fue de un chaval de Huelva que tenía 19 años cuando le mandaron a Irak, y que hacia las cuatro de la tarde del 4 de abril de 2004 mató accidentalmente a una niña en el transcurso de la refriega de la batalla de Nayaf entre la guarnición española de Base Al- Ándalus y las milicias radicales chiíes del clérigo Muqtada Al- Sadr. Aquella misma tarde yo mismo terminé con la vida de al menos otros dos seres humanos. Poco o nada diré sobre mis pecados pues eso es una cuestión que sólo atañe a mi alma y su creador.
Aquel muchacho quedó traumatizado por lo que la mala fortuna en el rebote de una bala hizo, hasta el punto de arrojarse dos años después por un acantilado con el coche que se compró con el sobresueldo que el ministerio de defensa le pagó por ir a Irak. Oficialmente falleció en un accidente automovilístico, sin relación aparente con su servicio en la guerra. El ex cabo del ejército español de tierra: Alfredo Rubbenstein, del que recientemente he tenido extrañas noticias sobre que ha recuperado de sobra los veinte kilos que perdió en Irak (y probablemente ganado otros diez más) Se dedica actualmente a una extraña profesión a medio camino entre maestro de educación primaria por las mañanas y payaso- monologuista de micro abierto en los bares nocturnos de Salamanca, supongo que para intentar que algún día su sonrisa alegre de bufón vuelva a concordar con la profunda tristeza de sus ojos en el camino intermedio de su alma despedazada por lo que simplemente vio… O tal vez, por lo que tuvo que hacer en la guerra. Supongo que el sentido del humor es la medicina que él emplea para salir adelante. Como cuando me contó la anécdota de esa comida, que conchabados con los militares italianos robaban a los gringos del almacén. Quinientas cajas de raciones de previsión y sobre todo más de dos mil litros de agua embotellada a esos capullos que al principio se la escatimaron a “los aliados” con la excusa de que había que aclimatarse al desierto. Españoles e italianos vaciaron el almacén en plan “saco de Roma” y en cuestión de minutos, llevando incluso camiones para tal acción ofensiva. La estrategia fue insinuar que un contingente del ejército rumano que había pasado por allí había hecho “la gitanada”… Nótese sin connotaciones racistas sino prácticas, puesto que a los pobres rumanos, el alto mando estadounidense no iba a pedir cuentas de nada, en gran medida porque su material y medios eran todavía más precarios que los nuestros. << Los gringos rellenaron el almacén confiados como corderitos>>.- Me contó Rubbenstein.- <<¡ A los tres o cuatro días les hicimos la misma jugada aprovechando que pasó por allá un contingente del ejército ucraniano!>>.- Y parece ser que no aprendían los muy cretinos y volvieron a rellenar el almacén por tercera vez, mientras los hispanoitalianos se frotábamos las manos y sonreían traviesos con la noticia que en una semana pasaría por allí un destacamento del ejército polaco, al que también utilizaron como coartada, ya que los gringos nunca le pedían cuentas a los aliados de Europa oriental, pues asumían que ya habían hecho suficiente esfuerzo económico y logístico trasladando sus tropas al teatro de operaciones… Dicen que es por eso por lo que los militares españoles en Iraq, nos tomamos como algo personal, como si nos lo hubiese hecho a nuestras propias tropas el asesinato de 19 soldados italianos, compañeros de juego, borrachera y parranda en un atentado en Nasiriya, y de alguna forma los españoles cambiamos para mal y empezamos a ser más brutales y contundentes con los civiles iraquíes hasta que todo reventó en la batalla de Nayaf, el 4 de abril de 2004.
... Después del naufragio, el soldadito de plomo pensó que su fin se acercaba y mientras se hundía en las profundidades marinas miles de imágenes pasaron como veloces fotogramas por su cabeza. De todas ellas sólo le angustiaba una, que no era otra que la de su amada bailarina de papel a la que mucho se temía jamás volvería a ver...
Cuando yo regresé de las profundidades abisales del océano había cambiado tanto que mi bailarina de papel decidió un día que ya no deseaba (después de doce años) que yo continuase siendo su soldadito de plomo. Y ahora pienso que pase lo que pase con el resto de mi vida, en Iraq lo perdí todo porque ya nunca podré recuperar el amor de la única mujer a la que he amado y continuaré amando (ya sin esperanzas) En toda mi existencia. A veces sueño con una época distinta, en la que era más joven y recuerdo con agrado a mi bailarina de papel y me despierto feliz creyendo que aún no me ha abandonado. Voy al baño y me siento sobre la taza del váter para aliviarme, en mi ritual matutino, justo antes de meterme bajo la ducha. Y ya bajo el agua vuelvo a tomar conciencia de la realidad y me doy cuenta que jamás volveré a ver a mi amada bailarina porque ella ya no desea verme ni hablar conmigo, porque simplemente ya no me quiere ni puede volver a hacerlo. Entonces sonrío como lo hacía me predecesor, el cabo: Rubbenstein, y como él, respiro profundamente y entiendo que es lo mismo que este vivo o que este muerto porque ahora vivo en un futuro en donde los sueños se han transformado en las más aterradoras y horribles pesadillas.
FIN.